domingo, 27 de noviembre de 2011

Mortalidad en el Antiguo Régimen

Las tasas de mortalidad son más difíciles de calcular por sus grandes variaciones y altibajos. Existían grandes diferencias regionales. A pesar de ello, podemos hablar de un abanico del 35 al 40 por mil, manteniéndose por debajo de la natalidad. Sin embargo, los períodos de crisis demográficas provocados por una mortalidad extraordinaria eran muy frecuentes. En estos períodos se alcanzaban habitualmente tasas de mortalidad del 100 por mil, y llegaban incluso al 400 por mil.
La mortalidad infantil era altísima, de un 100 al 200 por mil. De hecho, para que sobreviviera un hijo, la mujer debía concebir dos, tres o cuatro. En Madrid, por ejemplo, morían en torno al 60% durante la lactancia. ¿Por qué? A la debilidad natural del bebé hay que unir la mala alimentación y las pésimas condiciones higiénicas y de vida, con todo lo que ello representa para las infecciones.
La tasa de mortalidad femenina postparto era altísima y afectaba por igual a todas las capas de la sociedad, por malas práxis en el parto y las condiciones sanitarias y de higiene.
También existía una estacionalidad de la muerte. Tenía dos máximos: el mayor, a finales de verano y principios de otoño debido a las diarreas estivales y culminación de otras infecciones digestivas en adultos por putrefacción de alimentos. Además, era la época de mayor incidencia de la peste. El segundo pico se localizaba a finales de invierno, causado en este caso por las enfermedades respiratorias.
La crisis de mortalidad es un proceso demográfico de duración relativamente corta, que aparece de manera brusca, ostensible, y es percibida con nitidez por cualquier observador coetáneo o posterior a los hechos. Era un proceso muy evidente, espectacularmente atroz. Asimismo, la crisis demográfica constituía un período de unión entre uno ascendente y otro de estancamiento. Una crisis de mortalidad podía barrer en unos meses un crecimiento vegetativo de varias décadas; tenía una consideración social y económica de primer orden para aquellas gentes: al ser el único regulador, para las sociedades del pasado no hay cambio demográfico sino un antes y un después de una crisis demográfica (p. e. los castellanos recordaban la crisis del siglo de principios de 1507 como el “año del hambre”). El cronista Pedro de Alcocer lo narraría con especial expresividad:

“Bien se puede decir que en este año de quinientos e siete las tres lobas rabiosas andavan sueltas, que eran hambre, guerra y pestilencia: hambre, a dos ducados la hanega de trigo; pestilencia, cada día morían en Toledo ochenta cuerpos y más; guerra, en toda Castilla peleaban de noche y de día y avía grandes debates”

Este testimonio nos lleva directamente a las causas que daban lugar a una crisis de mortalidad: la guerra, el hambre y las epidemias
Las repercusiones de la guerra eran más indirectas que directas, esto es, las provocadas por los campos de batalla: los ejércitos estaban formados por hombres jóvenes que dejaban de trabajar en el campo, con la consiguiente incidencia sobre la producción agrícola. También se suspendían los matrimonios, aumentaba la presión fiscal; los ejércitos llevaban a cabo saqueos en poblaciones y eran focos de infección.
El hambre era un fantasma permanente, en especial desde el último tercio del siglo XVI. La producción agrícola –con una productividad bastante baja- se movía en muchos casos en términos de subsistencia, por lo que cualquier alteración de las condiciones del suelo o clima podía llevar a una crisis alimenticia. El hambre se originaba por las crisis cerealistas, producto de las alteraciones climáticas o de otros agentes naturales como la plaga (en especial, la langosta). La ausencia de alimentos se veía incrementada por las deficiencias en los sistemas de trasporte, lo que impedía que el excedente en una zona pudiera socorrer las carestías de otras.
Con respecto a las epidemias, destaca sobremanera la peste. Ésta era la gran “señora” de las crisis de mortalidad durante la Edad Moderna, en especial durante los siglos XVI y XVII. La peste es una enfermedad infecto-contagiosa producida por un bacilo, el Yasinia pestis o Pasteurella pestis que aparece en Europa en el siglo XIV. Las formas de manifestación eran dos: bubónica y pulmonar. La bubónica terminaba con la vida de un 40-90% de los enfermos en menos de una semana, y se caracterizaba por la expansión de manchas oscuras por el cuerpo –explosión de vasos capilares- y los bubones (inflamación dolorosa de ganglios). De ahí que a este tipo se le llamara la muerte negra. La peste pulmonar, por su parte, era aún más terrible: un 90 o 100% de los enfermos morían en dos días. La combinación de ambas podía producir una septicemia en cuyo caso no sobrevivía ninguno de los afectados, con fiebres de 42º y estados de delirio.
La transmisión podía ser directa o indirecta. La directa se producía por la picadura de la pulga de una rata negra con el bacilo. La indirecta tenía lugar mediante contacto con salivas en comida, pulgas humanas, piojos de seres infectados, etc. Las medidas de precaución más efectivas eran los cordones sanitarios. Sin embargo, la enfermedad permanecía siempre, aunque presentaba picos de actividad que daban lugar a períodos de una gran mortalidad. Entre las pestes que asolan Castilla destacan, en los siglo XVI y XVII, la de 1507, 1596-1602, 1647, 1652, 1676 y 1685. Las más virulentas fueron la de 1596 y la de 1647.
También el tifus podía provocar una crisis de mortalidad. Era una enfermedad muy relacionada con la subalimentación y la falta de higiene, por lo que los más afectados eran los pobres y vagabundos. Los porcentajes de mortalidad por tifus eran más elevados en adultos que en niños, y la estacionalidad se concentraba en invierno y primavera, probablemente por las malas cosechas. En España hay noticias de tifus en 1557. También eran importantes la viruela, el paludismo y la malaria.

1 comentario: